Vas de hotel en hotel buscando un refugio definitivo, una estancia que te haga evocar un hogar, un plácido remanso de paz que mitigue tus dolencias por los siglos de los siglos. Cada hotel te ofrece una promesa, la más deseada, la que sabes que no será nunca realidad, tampoco irrealidad, no será o no será para ti, demasiada desesperación para una esperanza. Cada hotel acaba con tus sueños como una amante con prisas que no espera dulces demoras y renuncia a un final de trámite y te manda a la mierda por tu ingenua ternura de lentas caricias tan fuera e lugar cuando no hay tiempo pero sí ganas, capullo pichacorta. Consigue una casa propia de una vez, puto llorica, donde esconder tus miserias,sin testigos de tu banalidad, una casa que guarde tus secretos y tal vez ilumine tu incierto camino hacia la muerte. Deja de buscar ese hotel que sustituya tu vaga idea de una paz otoñal y consigue una casa plena de matices, de recuerdos, de felicidad. Pero sigo viéndome y sintiéndome real en los hoteles que aún no he intentado, en los hoteles imposibles, irreales en esta realidad tan rutinaria, tan real y cruda que no puede ser la mía, tan dolorosa como si fuera mía. Los hoteles que nunca encuentras solo existen en tus sueños, donde dormido vives tu auténtica realidad de loco irrealizable, hoteles de paso, hoteles de invierno, hoteles cerrados al mundo real. En París y Roma, El Cairo y Alejandría, en Amsterdam y en Siracusa, donde se quiera buscar, habrá siempre un soñador con cara triste en un hotel que solo admite clientes que no saben adónde van. Porque yo transito la tierra sin destino fijo, sin planes concretos, sin misión alguna, sin finalidad; y aunque finalizo todos mis viajes solo uno de ellos he de culminar con una sonrisa de deber cumplido, y un guiño a la muerte que ella entenderá. Y una eternidad de paz. Sin ti. Sin recordarte. Un cielo y un infierno para mí solo de los que no tendré conciencia. Un día cualquiera. Eterno y sin ti. Eterno sin ti. Insoportablemente sin ti y sin consciencia de ti. Mejor me compro un par de pisos y sueño con hoteles imposibles en los que rocé la felicidad hasta el día en que lo estropeaste todo confesándome con amargura que te habías enamorado de mí. ¿Por qué elegiste ese día para decirme la única verdad que ha brotado de tus labios desde que nos conocimos? ¿Por qué mi vida no tiene sentido sin tus mentiras? ¿Por qué no eres feliz ni haciéndome daño? Elige tú el hotel esta vez, del arma me encargo yo.