Un ruido en la ventana me despertó. Era un rasguear intermitente. Me levanté, abrí la ventana y lo vi.
-¿Qué haces? -pregunté enfadado por el abrupto despertar.
-Querrás decir: “¿Quién eres?”.
-Ya sé quién eres y me gustaría saber por qué me despiertas, desgraciado.
-Qué amable, eres realmente un tipo simpático, sobre todo cuando te diriges a desconocidos.
-Tú no eres un desconocido, eres un coñazo.
-¿Cómo que no soy un desconocido? ¿Acaso me has visto antes?
-Desde hace un par de meses no paro de verte, eres un coñazo, repito.
-Pues traté de pasar desapercibido, veo que ni para eso sirvo.
-Eres torpe, pero inevitable; vamos, entra, sé que tampoco me puedes evitar.
Y el gorrioncillo se arrebujó entre los pliegues de mi manta.
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Pio, pio, pienso y rio
pio, pio,
en ti confío
dulce amapola.
Porque en ti veo
que tú ya sabes
que si me rio
es por el frio
que desafío,
y solo fio
mis tristes naves,
pobres navíos,
y pio y pio
y amor no cabe
y pio y pio
en mi alma sola
de caracola
y pio y pio,
yo a ti mi estío,
tú a mi... tu a mí tú sola.
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Un breve y sordo piar, un chapoteo
un mudo mirar
un miedo eterno
y unas plumas que temblaban
hendieron la piedad en sus costillas
y brotaron la lástima y las lágrimas
en la mujer mayor que no quería
poner en juego una vez más su frágil calma.
Mas la piedad de nuevo palpitó en su pecho
que cien o mil pasiones despecharon
y tendió su mano
y apoyó su palma
sobre unas plumas caladas hasta el alma.
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La queja muda de un pajarillo
que en su último aliento echó el alma
una tarde fresca frente a un mar.
Un oído atento no del todo supo
intuir su pajaril gorgoteo
y ya no cupo
duda vana o devaneo.
Hoy el avecilla trina saludando los amaneceres
y en su trino
rescatado adivino
un milagro de vida, de vida sustraída a los anocheceres,
al frío impío de un mar indelicado,
al hambre de un cielo incierto, siempre inseguro
a la soledad sonora de cantos mudos de derrotados.
Hoy solo cantos de alegría nueva
del gorrioncillo que supo superar su prueba.
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Un piar de miedo y frío
reclamó a mi madre tu calamidad
pequeña cosita que casi moría y 'mío'
sintió ella que era tu piar.
Sobre miedo y frío fue tu valentía
tu llamar sereno sin desesperar
y el premio a tu porfía
fue un trozo de cielo tibio y cercano
a la vera de la mar y siempre a tu vera:
la eternidad es simple si voy con ella.
(Si voy contigo, que me desprecias.)