La lectura y la cultura
que no siempre están reñidas
La lectura se ha convertido en tótem sagrado para la cultura oficial y para los afectos a lo políticamente correcto. Leer es para ellos una obligación insoslayable para la juventud, ya que es el garante de la prosperidad futura. Quien no lee no es culto y sin cultura no hay progreso. A mi entender la afirmación es una falacia, un sofisma, ya que cultura y progreso no siempre han ido de la mano; y para ser sabio, sabio al modo clásico -el que describe Erich Fromm en su libro “Del tener al ser”- no es imprescindible leer. La cultura supone la expresión de las inquietudes espirituales de una sociedad y se puede manifestar de diferentes modos. El entronamiento del libro como expresión cultural por antonomasia es una distorsión quizá manipuladora de la realidad cultural de un pueblo. Hoy más que nunca somos testigos de la enorme diversidad de las manifestaciones culturales, pero no hace falta echar mano del grafitti o a de la piel desnuda de personas como lienzo alternativo y muy fugaz de obras pictóricas; el lienzo tradicional en pintura, la música en cualquier formato,géneros como el teatro, el music-hall, la escultura y talladura de figuras en general, la papiroflexia, la arquitectura o el maquetismo. (Es una enumeración representativa, de ningún modo exhaustiva.)
El libro como transmisor último de la cultura ha quedado desfasado a causa de la variedad de medios de expresión cultural que el progreso y la imaginación humana han ido proporcionando. ¿Es imprescindible leer para avanzar como persona y como individuo social? Es desde luego muy necesario, pero ¿imprescindible? Recuerdo que siendo estudiante de primero de B.U.P. -una denominación coyuntural del bachillerato- el director del colegio nos envió a unos cuantos alumnos para que hiciéramos una entrevista al poeta afincado en Málaga Jorge Guillén. El motivo era la concesión a Vicente Aleixandre del premio Nobel de Literatura. Me designaron responsable del comité entrevistador, tal vez porque me gustaba leer, no sé. Una vez acomodados en el salón del piso que el poeta poseía en un edificio de La Malagueta, frente al mar, me faltó valor para reconocer el verdadero motivo de la entrevista, así que tras titubear sin atreverme a preguntarle por su propia obra, el señor Guillén, muy mayor pero también muy amable, me animó: “Pero pregunte, joven, pregunte usted sin apuro”. Sentí en mí la mirada de mis compañeros y pregunté lo que en realidad quería saber: “¿Escribe usted todavía?”. No supe si Guillén reía o tosía, pero se calmó y me dijo mirándome con aquellos ojos diminutos y casi apagados: “¿Respiro, no?”. Me sonrojé y no supe cómo seguir; él me echó una mano: “¿Le gusta a usted la literatura?”. Asentí con la cabeza; prosiguió “¿Y sabe usted lo que es?”. Negué, también con la cabeza. Él sonrió y no sé si se arriesgó: “¿Usted escribe?”. Volví a asentir sin palabras. “Pues verá usted, es muy fácil, la literatura en España es todo lo que se ha escrito desde El Cid hasta usted”. No solo era muy amable sino también un excelente anfitrión. Pero a lo que voy es a una anécdota que una vez roto el hielo nos confió. Al parecer conoció en una fiesta, muchos años atrás, a un empresario de postín quien le había confesado, tras enumerarle los múltiples logros de su carrera empresarial: “Y todo eso lo hice sin haber leído un solo libro”. En ese preciso instante el empresario perdió cualquier interés para Jorge Guillén, quién nos comentó: “¿Cómo puede una persona estar orgullosa de semejante despropósito?”. A su modo de ver, el empresario era un bárbaro, un atroz exponente del éxito monetario al margen de la lectura, supongo que lo vería como a un nazi iletrado cuyos valores reposan en la barbarie. Pero hay y siempre hubo muchos 'bárbaros' de esa clase, gente con instinto para los negocios y absolutamente ciegos para los asuntos culturales, y por supuesto muchísima gente sin un instinto claro para nada que jamás se interesó por la cultura. Otra cuestión es que el libro, como medio de transmisión de la palabra, constituya un recipiente de sabiduría aplicada, un medio técnico para aprender las bases de un oficio, o sea, el libro de texto -de texto aplicado a un fin utilitarista-. Pero impulsar la lectura de estos textos compete al ministerio de cultura. Nadie puede imponer la lectura de libros por el placer de leer, nadie se vuelve culto por imposición. Y habría que dialogar sobre el acceso a obras culturales en diferentes formatos para promover de veras la cultura.