


Las ciencias y las artes son dos mundos muy diferentes. La ciencia pretende interpretar el mundo mediante ecuaciones. El arte, mediante distorsiones. Un científico difícilmente asumirá un fenómeno que no se ajuste a las teorías vigentes sobre fenómenos. Un artista lo exagerará hasta lo irracional para que termine pareciendo racional. Ambas posturas suponen, cada una con sus propios mecanismos, la negación del fenómeno. Pero muchos de los fenómenos de la naturaleza se niegan a encasillarse en teorías y, en la misma medida, se burlan de las parodias. Los científicos y los artistas no tienen por qué entrar en conflicto, al menos en teoría; a menos que unos se adentren en el campo de competencia de los otros. Un científico artista, igual que un artista científico es igualmente repudiado por ambos colectivos. Excepto en épocas de esplendor humanístico y siempre que la talla científico-artística o artístico-científica del personaje estuviera por encima de toda duda, como Leonardo da Vinci, quien al igual que los fenómenos que estudiaba, se salía de toda norma y sobre todo no estaba dispuesto a negar fenómeno alguno, ni por negación científica ni por burla artística. Leonardo pertenecía a esa casta tan escasa de científicos que observaban y analizaban hasta la extenuación los hechos más triviales buscando una manera de relacionarlos con todos los demás hechos. Buscaba, puede que sin saberlo, la Teoría Total, como siglos después la buscaron Einstein y otras eminencias partiendo de unos prejuicios teóricos que tal vez fueron los causantes del fracaso. Como artista, Leonardo quiso racionalizar el arte -tal vez la única objeción que se le puede hacer- y ponerlo al servicio de sus estudios científicos, pero resultó poseer una dimensión artística que cobró vida propia al margen de la ciencia. Fue un raro caso de artista y científico extraordinario. Pero sobre todo fue una mente abierta y genial que nunca se dejó encasillar por disciplina alguna.
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Septiembre 07, 2022
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