Durante la cena el comportamiento de Madison y Jim fue escrupulosamente educado y visiblemente tenso; encauzaron la conversación por territorio conocido y banal donde mantenían más o menos bajo control esa tensión . De ahí su sobresalto cuando, en un disparo a ciegas, pregunté de sopetón que qué tal estaba Maximilian Mad. Jim tosió con estruendo escupiendo el bocado de filete que masticaba sin ganas; Madison optó por no introducirse el que llevaba pinchado en el tenedor. La etiqueta se había roto, así que cada palo aguantara su vela. Ambas se levantaron mirándose con hostilidad y, pretextando sendas excusas que no entendí porque hablaron al mismo tiempo, se dirigieron a buen paso a sus habitaciones. Me apunto el tanto, pensé satisfecho, he puesto el dedo en la llaga.
Mi satisfacción no duró mucho. El último reducto de la mente antes de caer presa del pánico es el autoengaño. Por eso no quise creer que Madison me estaba encañonando con un revolver a la altura de mi sien derecha. Incipié un movimiento giratorio con lentitud y una sonrisa de infantil inocencia -que tantas veces utilicé sin éxito ante preguntas incómodas de los psiquiatras- cuando el chasquido del seguro al ser liberado me disuadió de cualquier artimaña. Mi mente ya era presa del pánico.
-¿Qué sabes tú, gilipollas, de Maximilian? -preguntó con voz de hielo la pelirroja.
Opté por decir la verdad, o mejor dicho, no tuve huevos para mentir.
-Es mi hermano.
-¿Tu hermano? ¿Maximilian? Mira zarrapastroso, o me cuentas toda la verdad o te voy a dejar como un colador.
Contesté que como de todas formas estaba como una regadera tampoco iba a notarse mucho el cambio. Nunca deja de sorprenderme la sangre fría que en ocasiones proporciona el miedo. Allí estaba yo a punto de ser cosido a balazos y va y se me ocurre hacer un chiste. Los locos es que estamos como cabras, las cosas como son.
-¡¿Que me lo cuentes?! -chilló la pelirroja con los papeles perdidos.
Una cosa era segura, Madison nunca había visto a Max, mi hermano gemelo, por eso la pregunta no tenía sentido. Sin embargo, Max era alguien a quien ella respetaba o temía o ambas cosas. Y ya estaba yo construyendo un laberinto argumentativo que terminara por liarla hasta el punto de que bajase la guardia y me diese una oportunidad cuando sonó como un trueno el disparo de un revolver.
Madison cayó fulminada y detrás de la ausencia de su cuerpo erguido hasta hacía unos segundos se materializó la figura de Jim, todavía con el brazo extendido y un arma humeante en la mano.
Jodidas pistolas.