Lo malo de los novatos es que no saben nada. Eso lo arregla el tiempo y los contratiempos que sufren a causa de su ignorancia, cogotazos propinados por la displicente veteranía que poseen los sabios locos internados en su tierna infancia de por vida, los desahuciados por una ley zafia y de conveniencia social que no acaba de comprender (y bien que hace) que la incapacidad para discernir lo que uno hace sin querer de lo que uno hace porque le conviene, sin entrar en lo ético, no conlleva dolo ni alevosía en el primer caso y sí en el segundo, que es delito por definición legal y cuerda, no así lo primero, que es insania o locura. Lo malo, digo, retomando el principio de la parrafada que no sé si es una excusa para mi propia locura o solo incontinencia enajenativa (soñar de modo impulsivo con ser otro que no se parezca a mí), lo malo de los novatos, repito, es que algunos nunca aprenden, así los desnuque la vida una y otra vez, siempre que el verbo desnucar no implique un desenlace fatal para el desnucado, que se vería privado en tal caso de repetir el desnuque, aunque sea metáfora o símil y de mayor eficacia expresiva de no haber yo añadido sin querer o sin poder evitarlo (soy un loco, o eso dicen) lo de 'una y otra vez' como complemento conclusivo de una expresión ya conclusa sin tan concluyente complemento. Y este novato -un novato con nombre: el Cornucopia-, si nos atenemos a su impecable comportamiento como loco de remate, no era una excepción, salvo porque tenía demasiada información sobre algunas cosas, y no la podía haber conseguido en su corta estancia en el centro. Eso confirmaba mis sospechas de que su reclusión allí no era fruto de la casualidad porque aunque era un pardillo respecto al reglamento implícito del manicomio, se lo pasaba por el arco del triunfo sin miramientos, y eso decía mucho más que lo que habría contado él si así lo hubiese querido. Pero no era de los que cuentan y tampoco se andaba con cuentos, al parecer.
Nunca hablo con nadie antes del almuerzo, llámenme maniático, yo pienso que me trae suerte, o que esquivo la mala suerte relacionándome menos tiempo con una panda de dementes, o porque al igual que ellos estoy loco, como dictaminan los competentes psiquiatras que nos evalúan al criterio de su ciencia, o de los orujos preceptivos en las sobremesas de sus 'almuerzos de trabajo', tan intensos como dilatados, que mantienen una vez por quincena y de los que salen con una tambaleante determinación de ensañamiento que los hace indistinguibles de cualquier otro interno, vestido o desnudo, ya que también en pelota viva salen a veces de semejantes cónclaves cuando las opiniones contrarias y exacerbadas los llevan a los límites de su capacidad de control como hombres de ciencia y como hombres, a secas, convirtiéndolos en seres primitivos y privados de razón, y privados a secas. Transitoriamente, aúllan el término con fieras miradas mientras repasan tu historial sin quitarte ojo de encima, tras hacerte llamar de improviso a la hora de la siesta.
Pero, volviendo a lo que es relevante para esta historia, aquella mañana el novato, o sea el Cornucopia, me asaltó. Se me pegó al culo y acercó su boca a mi nuca para decirme: “Estás muerto, capullo”.
Yo me lo tomé tal cual, palabra por palabra. Es lo que hacen algunos locos y muchos cobardes. Así va el mundo.
El sudor aró mi cara y la surcó de líneas acuosas. Me acojoné, para que me entiendan. Además de loco soy cobarde; puede que mi cobardía me llevara a la locura; tengo atareados a varios psicoanalistas con el tema. Pero aquel vaho caliente que recorrió mi nuca surtió efecto, no sé si el que se proponía el Cornucopia, pero me acojoné hasta la última fibra, pese a que la frase puede que no sea correcta, ya que desconozco, aunque transite sus alrededores, el territorio del acojone en estadíos tan avanzados y contundentes. Es difícil recordar el camino que andas a ciegas y acojonado, no se piensa en las fibras acobardadas sino en acabar a salvo en algún lugar parecido a Disneylandia.
Tenía que hacer algo porque ya había hecho mucho y también porque sabía que aquel tipo no se iba a limitar a susurrarme todo el tiempo como un enamorado meloso y obseso. No podía dejar el asunto a la mitad, porque si me detenía estaba muerto, por capullo. Me lo había dejado claro el Cornucopia. Pensé y pensé...
Decidí matarlo. No sé razonar, estoy loco. Los impulsos me pueden.
Jodidos impulsos.