— “En serio, Tracy, responda con honestidad, ¿de verdad cree que es divertido asesinar aunque sea un asesinato literario, inventado por usted como escritor?”
— “Lo que me resulta divertido, inspector, es constatar una y otra vez la convicción absoluta de mis lectores sobre la naturaleza ficticia de esos asesinatos, cuando solo me limito a relatar los hechos como sucedieron. No escribo ficción, inspector, siempre he sido un cronista de sucesos. Mi triste excusa es que ser escritor es más rentable que ser periodista.”
Tracy sacó un revólver del bolsillo de la chaqueta, compuso una mueca que recordaba macabramente a una sonrisa siniestra, y apuntando al pecho del inspector disparó seis veces sin alterar aquella mueca de su rostro.
Material fresco para el siguiente relato. Antes, como siempre, limpiaría el escenario hasta que dejara de serlo. Su reputación de escritor de novelas de crímenes no debía verse comprometida por un descuido que desvelara la siempre inoportuna realidad.