No las hagáis enfadar
ganaos su respeto y respetadlas siempre.
Él era un ejecutivo competente y de éxito, apuesto, de mediana edad. Su camino hacia el éxito nunca se vio entorpecido por la menor vacilación sobre su seguridad ciega en sí mismo, siempre superior a la torpe percepción de sus méritos verdaderos, y desde luego muy superior a estos. Había conseguido el destino que, con empeño, decisión y esa seguridad en sí mismo, deseó a edad temprana. Era un triunfador, en los términos que él mismo y gran parte de la sociedad consideraban que eran necesarios para serlo, sólo que con el aderezo engañoso de la codicia expresada como ambición y del narcisismo disfrazado de sana autoestima. Deseaba triunfar a toda costa, era codicioso y narcisista, y nunca sintió escrúpulos al deshacerse de los obstáculos que se pudieran interponer en su camino hacia el triunfo.
Ella era una ejecutiva competente y de éxito, guapa, elegante y con un atractivo natural que, precisamente por serlo, desconcertaba en un mundo con excedente de machos donde los hombres se iban acostumbrando a competir con mujeres que aceptaran las reglas del juego que ellos dominaban, pero no con las que se mostraban descaradamente sinceras, sin sentirse obligadas a obedecer unas reglas que no entendían, o que estaban hartas de entender. Estaba en una edad que no hacía justicia al encanto juvenil que rebosaba. Encontró el éxito sin proponérselo, porque en realidad no sabía en qué consistía. Se movía con una descarada osadía en un mundo de hombres con los que competía sin ser consciente de los rencores que despertaba, extraña a los entresijos de una guerra que percibía sin alterarse porque era mujer y llevaba en las trincheras desde el día de su nacimiento. Iba a lo suyo y conquistó un alto cargo en una empresa de renombre y una reputación a la que era ajena por completo. Jamás se desprendió de la candidez del colegio de monjas donde pasó su adolescencia, aunque alcanzó contra pronóstico una posición social para la que no le prepararon en ese internado, pero al que su instinto de triunfadora sensible la dirigió.
Un pub céntrico de última copa antes de la cena, para ejecutivos. Música relajante, luces tenues y un camarero confidente de mil mentiras, y confesor al alba de mil pecados nunca absueltos.
Coincidieron los dos ejecutivos de éxito, él y ella, en ese pub, se miraron detenidamente, y mientras él rebuscaba una frase deslumbrante para romper el hielo, fiel a un ritual que por recurrente debería resultar cansino, pero él nunca se cansaba de sus predecibles recurrencias; ella se dirigió a los lavabos dirigiéndole una sonrisa que él no dudó en calificar como de sumisión, de rendición incondicional, y con entrega de armas. Había conquistado la fortaleza sin necesidad de asedio. Otra muesca en su revólver.
Cuando ella regresó él tenía preparado cada detalle, cada palabra, cada mirada, cada sonrisa ladeada y socarrona, como dice Serrat que son las de Clark Gable. Por eso no supo reaccionar cuando ella, con ademanes delicados y una sonrisa hechicera, sacó la pistola del bolso y le atravesó la cabeza con un bala del veintidós que le entró por la frente y le salió por la nunca.
La sorpresa que había en su mirada moribunda no la sorprendió a ella, preparada desde su adolescencia para la ocasión. Había culminado felizmente su deseo de toda la vida y para lo que se había preparado con esforzado esmero: acabar con la vida de un hijo de puta, de cualquier hijo de puta, de los que te internan en colegios de monjas y luego te chulean en el trabajo, y se desatan en las comidas o cenas de empresa, y si te atreves a disfrutar y a desmelenarte lo toman como una clara insinuación, promesa más bien, de favores sexuales que, llegado el momento y sabiéndote desprevenida, algo o más que algo borracha, se las apañan para violar tu cuerpo como si careciera de alma, esa alma que solo reconocen en sus madres y a veces en sus esposas. Y tú sueñas, soñabas con un día en que te ahorrarías tanta parafernalia solo para ser profanada y le volarías los sesos a uno de ellos, a uno cualquiera, cualquier día, hoy mismo y a este tipo. Con dos cojones.